Enrico María Rende "Cuatro palabras"Enrico María Rende "Cuatro palabras"

¿Qué te llevó a abrazar la literatura?

Desde pequeño me fascinaron esos objetos rectangulares llenos de páginas con los que mis padres pasaban horas y de los que, mágicamente, extraían conocimientos que luego compartían conmigo y con mis hermanos. Aprendí a leer muy tarde; de hecho, tan tarde como para preocupar a mi madre; y cuando empecé a leer, fue una sorpresa para todos –incluso para mí. Tirado en el suelo con el Almanacco Topolino y asomado al balcón que protruía sobre el infinito de la fantasía, mi mirada buceaba maravillada por aquellos parajes de Walt Disney en los que sus protagonistas, Pato Donald y Mickey, se adentraban en la antigua ciudad de Babilonia. Fascinado por el mundo que se abría a todo color ante de mí, sentía el hambre delicioso del querer saber más; la sed embriagadora de necesitar descubrir lo que se halla en todos los rincones. Y fue así que descubrí que aquellas muescas negras grabadas a cada lado, en sendas páginas, eran la clave para satisfacer mi impetuosa curiosidad. Las muescas, como hormigas desfilando por encima del papel, fueron parando su marcha y adquirieron, poco a poco, y con un gran esfuerzo de voluntad por mi parte, formas distintas que, de algún modo que se me antoja inconsciente, recordaba haber visto en las clases de la señorita maestra que, todos los días, en la escuela, me encerraba en el taquillón del armario de clase para jugar a eso de adivinar cuándo vendría a abrir las puertas para dejarme salir y para lo cual debía fijarme en el juego de luces y sombras que se colaban por las ranuras. Supongo que, de algún modo, algo logré retener a pesar de estar siempre jugando. Una a una, las hormigas se convirtieron en letras; las letras, unidas unas a otras, me desvelaron secuencias que me parecieron fascinantes; algunas combinaciones eran más largas que otras y otras incluso se repetían formando patrones. De pronto, estaba leyendo en voz alta; despacio y a trompicones, sí; torpemente, sí; pero estaba leyendo. Esa torpeza, de hecho, nunca me ha abandonado del todo. Pero aquella noche, asomado como estaba al infinito de las palabras, mi madre llamó desde la cocina –su voz sonaba entusiasmada, casi alarmada– a todos aquellos que pudieran oírla: «¡Venid! ¡Enrico está leyendo!» Como quien lanzado en paracaídas mira por un momento al instructor que lleva detrás para luego volver a zambullirse en el delimitado infinito de la caída libre, así las palabras de mi madre me distrajeron por un instante para, acto seguido, volver a sumergirme en el inconmensurable mundo de las letras. Supe, en ese preciso momento, en ese mismo instante, que yo quería formar parte de esa infinitud. Recuerdo perfectamente la alegría que sentí; el calor que inundó mi pecho –que mi memoria quiere representarlo como una intensa luz blanca–, aún lo llevo conmigo cada vez que me siento a dialogar con las muescas que cosquillean el papel con su tinta.

¿Qué te inspira a la hora de escribir tus obras?

La necesidad de contar cualesquiera de las cosas que voy descubriendo a lo largo de mi camino. Una ventana entreabierta sobre el callejón estrecho del casco antiguo de la ciudad; el juego de una pareja de gorriones que saltan entre las ramas de un árbol de frondosa copa; la reflexión que me suscita una frase percibida en el transporte público… de todo aprendo algo –y me empeño en que así sea–, y siempre que aprendo algo nuevo surge la necesidad de contarlo por escrito. Nunca escribo simplemente para entretener. Eso no va conmigo. Sencillamente, no soy capaz. Tal vez sea la docente vocación que subyace en la estratigrafía de mi personalidad. Y reconozco en ello cierta incompatibilidad, a fin de cuentas, con mi mayor deseo que es el de convertirme en un gran escritor.

¿Cuál es el libro que más te ha influido como escritor?

Esta pregunta tendría una respuesta diferente de haberla contestado hace unos años; de hecho, creo que cada cierto tiempo me topo con un libro que me marca y que, por ende, influye en mi creación literaria. Sin embargo, creo que hay un autor que aparecería con el mismo protagonismo a lo largo de toda mi carrera como escritor, y es Edgar Allan Poe. He leído obras que me parecen sublimes, insuperables, y como tales, una inagotable fuente de inspiración y una ambiciosa meta a la que apuntar como escritor: en la literatura en lengua española, por citar solo dos, diría que Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, y La Celestina, de Fernando de Rojas; en la literatura de lengua italiana, Uno, nessuno, centomila, de Pirandello, e I promessi sposi, de Manzoni; en la literatura de lengua inglesa, A Tale of Two Cities, de Charles Dickens, y Washington Square, de Henry James… pero no podría no citar a Dante o a Homero… imposible no incluir La divina comedia y La Odisea entre las obras que más me fascinan. Soy un gran amante de la perfección estilística y, en este sentido, no puedo sino buscar referencias y aprender de obras como El club Dumas, de Pérez Reverte, Madame Bovary, de Gustave Flaubert o Así habló Zaratustra, de Nietzsche, por ejemplo. Me quedo con la elasticidad lingüística de El viaje del elefante, de Saramago, tan peculiar, elocuente y envolvente a la vez, y que causó un gran impacto en mí, pues, en parte, y digo esto con absoluta modestia y humildad, me sentía muy identificado con su estilo mientras paseaba mis ojos por sus palabras; con la sencillez y elegancia de Sentido y sensibilidad, de Jane Austen; con el romanticismo de Cyrano de Bergerac, de Rostand, y la ironía de cualquiera de las obras de Moliere; estudio la magia de las palabras en los obras de Shakespeare y la ingeniosidad en las de Lope de Vega; no puedo dejar fuera a Doña perfecta, de Pérez Galdós, ni a La duquesa de Langeais, de Balzac, ni a La familia de Pascual Duarte, de Cela. Sin embargo, son las letras de Edgar Allan Poe las que, cual falsilla para no escribir en renglones torcidos, me sirven de guía.

¿Qué te llevó a explorar temas como la arqueología y la mitología en tus obras?

La fascinación por el origen de las cosas; el origen de cualquier cosa; el origen de todo. Quisiera poder saber de dónde viene el lenguaje, cómo se originó la música, por qué nació el baile, de dónde salieron nuestros dioses y miedos, las supersticiones y la magia, cómo aprendimos a cocinar los alimentos, a quién se le ocurrió empezar a escribir… soy fundamentalmente un evolucionista, y la única posibilidad de saciar mi curiosidad es destejiendo, hilo a hilo, el inmenso tapiz que forma la epopeya de los seres humanos, y la forma de hacerlo es por medio de la arqueología y la mitología, la historia y la antropología.

¿Qué diferencias hay entre escribir un ensayo y una novela? ¿Cuál te resulta más difícil?

Tengo formación científica y no literaria, y si pusiera en una balanza los libros que he leído en mi vida, disponiendo en un lado los libros de género didáctico y en el otro las novelas, la balanza se inclinaría claramente hacia el lado contrario del género narrativo, incluso si a éste le añadiese mis lecturas líricas y dramáticas. Mi pasión por la historia y las religiones, así como mi vocación frustrada por la astrofísica, me han inclinado a encontrarme más a gusto entre los lindes de los ensayos que en el reino de la narrativa. Mi mente está más entrenada al razonamiento discursivo que a la escritura creativa. No obstante, diría que, en términos generales, es siempre más sencillo escribir un buen ensayo que una novela mediocre; lograr una buena novela, me atrevería a añadir, es el arte más complicado de todos –claro que, se preguntarán, qué entiendo yo por una buena novela: digamos que considero que yo aún no he logrado escribir ninguna, mientras que sí que pienso que mis ensayos son muy buenos.

Con todo, eso no quita para que disfrute enormemente cada vez que me embarco en la creación de una nueva novela. Al contrario, es precisamente cuando escribo, y en pleno proceso de creación, cuando me siento realmente vivo. No hay actividad que me satisfaga más.

¿Qué consejos le darías a alguien que está empezando a escribir su primera novela?

Sinceramente creo que no hay mejor consejo que el de no dar consejos. Cada persona es un mundo y lo que funciona para unos puede resultar en desastre para otros. Hay muchos cursos de escritura creativa por ahí fuera y yo no digo que no, de hecho, incluso he impartido un par, pero siempre me ha parecido un atrevimiento el querer decirle a alguien cómo debe escribir. Hemingway no estaría de acuerdo con Dickens, pero es innegable que ambos, cada cual con su método, han producido grandes obras literarias. Recuerdo haber visto una entrevista televisiva en la que a Cela le hacían esta misma pregunta –o una muy similar– y él respondía que lo único que hacía falta para escribir un libro era tener algo que decir. En aquel momento no lo comprendí, es más, me indigné mucho con la respuesta del Premio Nobel de Literatura. Pero ahora comprendo que a lo que se refería era a esto mismo y que, al fin y al cabo, cada uno encontrará sus musas en un lugar diferente y, por ello, lo importante, lo único importante, es ponerse. Si se quiere escribir lo que hay que hacer es escribir. Otra cosa es el resultado que se obtenga. Pero ahí entramos en otra diatriba, una cuestión que se me antoja cada vez más compleja, especialmente en los tiempos que corren. Solo el tiempo, como diría Giovanni Pascoli al respecto de Napoleón, es quien tiene la potestad de dar tales juicios de valor. Yo hace muy poco que he aprendido a abstenerme y a hacerlo sincera y modestamente.   

¿Cómo describirías tu estilo de escritura?

Didáctico, descriptivo, correcto y con aspiraciones líricas. No le tengo miedo a las lecturas complicadas, de hecho, las prefiero por cuanto me encanta el lenguaje y, más aún, explotar al máximo su elasticidad. Por norma general, pues hay excepciones –y diría que Cumbres borrascosas es una– no me gustan las obras que usan una narrativa simple, sencilla, sin complicaciones, de las que van directas al grano y obvian descripciones para tirar de diálogos. Y mi estilo refleja ese gusto –aunque he de reconocer que, en muchos casos, y sobre todo en las obras más recientes, he decidido claudicar a favor de la modernidad siguiendo los consejos, más bien insistentes, de mis lectores cero.

¿Crees que has evolucionado como escritor a lo largo de los años?

Por supuesto. Y me alegro mucho de haberlo hecho. Creo que todo artista que se precie pasa por un inevitable proceso de maduración en el que experimenta cambios que, en algunos casos, incluso hacen parecerlo dos autores distintos. Así, no es el mismo el Tolstoi de Los cosacos que el de Guerra y paz, a pesar de mediar tan solo seis años entre el inicio de la primera y el final de la segunda. Ahora bien, evolución no es necesariamente sinónimo de mejoría; para muchos lectores, por ejemplo, la mejor obra de Dickens es Oliver Twist, su segunda novela, escrita con 25 años, y no Grandes esperanzas, que escribió a la edad de 48. Yo reconozco en mis primeras obras una escritor más impulsivo, menos dispuesto a regirse por el festina lente, ley por la que debería regirse todo artista –salvo que tenga el talento de Vivaldi– y que, ahora, trato de respetar al máximo. Además, antes estaba mucho menos abierto a las críticas y ahora estoy deseando recibirlas para aprender de ellas y comprender de qué modo puedo mejorar.

¿Cómo balanceas tu trabajo como docente con tu carrera como escritor?

Con mucha dificultad –como todos los escritores que, al igual que yo, no pueden hacer de su profesión su trabajo. Normalmente, y en los periodos de más trabajo especialmente, es la noche el tiempo que le dedico a la escritura, y, también, los festivos y fines de semana, lo cual implica, obviamente, sacrificar la vida social. Pero, por suerte, cuando más disfruto de la vida es cuando estoy escribiendo –tal vez con la única salvedad de los momentos que paso escalando o practicando Tai Chi.

¿Cuáles son tus planes futuros como escritor? ¿Tienes algún proyecto en mente que puedas compartir con nosotros?

Tengo una obra pendiente para ser publicada en breve; es una novela histórica que se desarrolla en tiempos de la reina Urraca de León y el rey Alfonso de Aragón. Además, estoy escribiendo una obra que será una vía de medio entre un ensayo y una novela; es, está siendo y será, con diferencia, mi obra más ambiciosa. Por lo demás, con tantas obras escritas y, por desgracia, mal promocionadas, voy a dedicarles tiempo a ellas. Por ejemplo, en 2021, publiqué mi nueva novela, Cuatro palabras. La obra fue presentada en Madrid, por el concejal de cultura de Manzanares el Real, don Gustavo Escribano Sañudo, en Las Palmas de Gran Canaria, por Sandro Doreste, director de Editorial Cetro, y por Daniel Montesdeoca, el director del Mueso Néstor, y en Tenerife, por el escritor Pablo Madsen. Sin embargo, el sello editorial –que me abstengo de mencionar aquí–, como muchos sabrán ya a estas alturas, resultaría ser una marca equivocada para la obra por lo que decidí retirar la publicación y romper el contrato. Ahora, por tanto, la presentaré bajo mi propio sello editorial mM Ediciones (El medallón de Medusa). Aprovecharé la oportunidad que nos brindan las ferias del libro de los diferentes municipios para estar en la firma de ejemplares y allí se podrán adquirir desde la primera obra que escribí, hasta la más reciente publicación. Los que estén interesados me pondrán encontrar en la Feria del Libro de Telde, el 23 de abril (una fecha maravillosa, pues es El día del libro), entre las 10 y las 11.30 de la mañana, en el puesto de la Librería Azahar. Andaré después por las ferias de Teror, Vecindario, Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, y posiblemente me dejaré caer por Madrid, Barcelona, Valladolid y León. Publicaré las fechas y los lugares concretos en Twitter y en LinkedIn.

¿Qué te gustaría que los lectores se llevaran de tus obras?

Poder ser el cómplice de los buenos momentos de los desconocidos lectores es, sin duda, el premio al que todos los escritores aspiramos, y si, además, podemos dejarles un grato recuerdo de los personajes o las ideas que hemos confeccionado para ellos, mejor aún. Sin embargo, yo no me conformo con facilidad y por eso me gustaría que a esos dos valores se les añadiese el de una enseñanza; si con mis obras logro que los lectores puedan decir que han aprendido algo nuevo, entonces me daré por satisfecho.

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