¿Podrías contarnos quién es Mario Guinea?
Mario Guinea nació en Alemania, de padres españoles, en los años del baby boom, pero ha repartido su vida entre Madrid y Barcelona. Su trayectoria profesional transcurre por los cauces del periodismo, en todas sus acepciones (reportero, articulista, coordinador editorial, experto en comunicación de empresa, etc.). Cofundador de la revista de arte y literatura Senso, ha publicado la novela La vida libre de Babur el loco (2003) y el libro de relatos El dulce olor de la piel quemada (2005).
¿Recuerdas cuál fue el primer libro que leíste?
No solo lo recuerdo, sino que aún lo conservo. Se trata de uno de esos maravillosos libros ilustrados de la editorial Bruguera, contando las andanzas de Bill Cody (Buffalo Bill) por tierras del Oeste, que mi abuela materna me regaló durante una de sus visitas a Alemania. Es el punto de partida, la semilla iniciática de mi afición por la literatura… y por el mundo del cómic.
¿Quién es tu escritor favorito?
Podría sugerir que estamos ante una pregunta algo reduccionista, porque son tantos y de ideas tan eclécticas los escritores y pensadores que me han influido en la vida (Galdós, Azorín, Poe, Cortázar, Bukowski, Freud, Jung, Zola, Chéjov, Dostoievski…). Sin embargo, pensándolo bien, sí que hay un escritor que ejerció en mí un influjo concluyente: Jorge Luis Borges.
¿Qué personaje de un libro te hubiera gustado conocer y crear?
Más que un personaje concreto o un episodio literario específico, me hubiese fascinado tener entre mis manos un libro imaginario, precisamente “el libro de arena” de Borges, hojear esas páginas infinitas que contienen el inabarcable conocimiento del universo… aunque dicha fascinación me llevase a la locura.
¿Qué puedes contarnos de tu obra «No hay tiempo para el llanto de los niños» y qué destacarías de ella?
Estamos ante unas “memorias noveladas” sobre la guerra civil, la posguerra y la incipiente democracia en España, en las que se imbrican tres vivencias generacionales -con el telón de fondo de la crisis del coronavirus-, cargadas de realismo, emoción, humanidad, y entreveradas por costumbristas chispazos de humor.
En las acertadas palabras de Carlos Aganzo, prologuista del libro: “No hay tiempo para el llanto de los niños construye un vibrante retazo de memoria familiar, individual y al mismo tiempo colectiva, que dice mucho de quiénes somos y por qué somos como somos”.
¿Alguna manía a la hora de escribir? ¿Un sitio y momento preferidos para hacerlo?
Yo creo que, más allá de manías o fijaciones, cada escritor tiene su propia estrategia. En la fase inicial, pergeño un esquema general a lápiz y goma de borrar sobre unos folios. Después redacto el texto en bruto, también a lápiz. Y finalmente lo paso todo al ordenador. Y en cuanto a un sitio favorito, en efecto, a ser posible en nuestra casa solariega de la sierra madrileña, escuchando el fragor de las copas de los árboles, aspirando el olor de la tierra mojada cuando llueve, percibiendo el palpitar de la vida por doquier.
¿Qué estás leyendo ahora? ¿Y escribiendo?
Con el paso del tiempo te va embargando la melancolía, la añoranza literaria, y te acostumbras a releer, como quien se reencuentra con un viejo amigo. Actualmente estoy inmerso en un proyecto literario, de título provisional El pueblo insomne, que podría entroncar sin solución de continuidad con No hay tiempo para el llanto de los niños.