1.Carmen, tu trayectoria profesional abarca la comunicación científica y la literatura de manera notable. ¿Cómo logras fusionar estos dos mundos aparentemente dispares en tu trabajo?
He tenido la suerte de trabajar como periodista científica en un prestigioso centro de investigación, el Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC), durante casi cuarenta años. También he sido profesora en el Máster en Astrofísica de la Universidad de La Laguna y directora de un museo interactivo, el Museo de la Ciencia y el Cosmos, del Cabildo de Tenerife. Todas ellas, experiencias muy satisfactorias que, en efecto, he podido hacer compatibles con mis inquietudes literarias, aunque no sin esfuerzo por razones obvias. Siempre falta tiempo y no podemos permitirnos desatender a la familia y a los amigos. Pero no creo sinceramente que sean mundos tan dispares. En periodismo y en literatura se comparten herramientas: el lenguaje, la documentación … La historia de la ciencia es en sí misma un contenido muy literario. Además, un cielo estrellado siempre ha inspirado a los seres humanos.
2.»Memorias de una Hetaira» explora temas complejos como la prostitución, la dignidad y el papel de la mujer en diferentes épocas. ¿Qué te inspiró a abordar estos temas en tu novela?
El origen de Memorias de una hetaira, editada por Círculo Rojo, es un trabajo académico que inicié en 2002, estudiando Historia en la Universidad de La Laguna con magníficos profesores, y en el marco de la asignatura Métodos, Técnicas y Ciencias Auxiliares para el Estudio de la Antigüedad. Yo elegí erotismo y sexualidad en el mundo antiguo, en concreto en el contexto de la Grecia clásica, que me apasiona. Mi trabajo se centró en la presencia de las mujeres en los sympósia o banquetes griegos. Las únicas mujeres que podían acceder a estos exclusivos foros masculinos eran las hetairas, las refinadas cortesanas de la Grecia antigua. Investigando sobre su estatus social, comparado con otros roles reservados al sexo femenino en aquella época, me enfrenté a la falta de perspectiva de género que han tenido los estudios históricos. Y, naturalmente, de ahí surgió el espinoso tema de la prostitución y su debate, que luego trasladé a mi novela.
3.En tu novela, entrelazas dos historias de mujeres separadas por siglos, pero unidas por experiencias similares. ¿Qué te llevó a crear esta estructura narrativa y qué mensaje esperas transmitir con ella?
Memorias de una hetaira son dos relatos que se intercalan con tipografía diferenciada para que puedan leerse también de forma independiente. Una de las historias tiene lugar en el siglo IV a.C. en «la opulenta Corinto», como llamaba Homero a la estrecha lengua de tierra entre el mar Jónico y el mar Egeo, que unía el Peloponeso con la Hélade continental. Estratégica entre Esparta y Atenas, esta ciudad fue en un tiempo la polis más grande de toda Grecia. En ese contexto espacio temporal se desarrolla el relato que tiene por protagonista a Helena de Corinto, Helena con H, personaje de ficción que es una reconocida hetaira de esta polis. El otro espacio geográfico del segundo relato se desarrolla a principios del siglo XXI en la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, en Tenerife. Este es el principal escenario del segundo personaje de ficción, Elena Sanmarino Chinea, Elena sin H, una estudiante de doctorado lagunera que investiga precisamente el papel de mujeres como la Helena con H en los sympósia. Aunque muchos siglos las separen, tienen mucho más en común que nombre y género, quizá porque las mujeres seguimos luchando por nuestra dignidad.
4.¿Cómo abordas la investigación histórica y científica en tus novelas para asegurar la precisión y autenticidad de los detalles?
El rigor es una exigencia del periodismo científico y considero que también debe serlo en la novela histórica, aunque en el caso de Memorias de una hetaira me haya permitido algunas licencias. Sí me he preocupado y mucho de que no fueran anacrónicos hechos y personajes reales que aparecen en mi novela, tanto en el relato de la Grecia antigua como en el de La Laguna del siglo XXI. Ya contaba con una gran parte documentada exhaustivamente con fuentes literarias e iconográficas. Además, he sometido el texto final a revisión por expertos para que no hubiera errores. Sinceramente, espero que no los haya o que sean mínimos.
5.Una de tus obras anteriores, «El honor perdido de Henrietta Leavitt», también se centra en el papel de la mujer en la ciencia. ¿Qué te atrajo de la historia de Henrietta Leavitt y cómo influyó en tu percepción de las mujeres en la astronomía?
Mi obra de teatro fue un homenaje al papel de las mujeres en Astronomía, a una labor que no siempre obtuvo el merecido reconocimiento debido a los prejuicios sociales que en el pasado limitaban la percepción y valoración de lo femenino a la esfera puramente doméstica. Este fue el caso, entre otros, de Henrietta Leavitt, una astrónoma estadounidense a quien debemos la «regla» para medir grandes distancias en el Universo. Ella estableció un método para calcular distancias cósmicas, relacionando periodo y luminosidad de estrellas que cambian de brillo. Fue una mujer eclipsada en un mundo de hombres que podría haber recibido el Premio Nobel de Física de no haber fallecido prematuramente. Situaciones similares vivieron otras “Computadoras de Harvard”, como se las llamó, que ahora empiezan a ser valoradas. En esta obra de teatro, la astronomía se fusiona con la literatura, no sólo adoptando formato teatral y con apoyo audiovisual. El título es un préstamo (entre comillas) del premio nobel Heinrich Böll, autor de El honor perdido de Katherina Blum. La concurrencia en la trama de tres únicas figuras sobre el escenario, en un espacio-tiempo sin definir, está tomada de otro premio nobel, Jean-Paul Sartre, quien tan magistralmente introdujo a tres actores en el infierno con su drama A puerta cerrada. Por último, también fue una usurpación el personaje masculino, Edward Murrow, robado (de nuevo entre comillas) al periodismo de mediados del siglo XX y al cine del XXI, retratado en la película Buenas noches y buena suerte. Como innovación, en sus últimas representaciones, las funciones fueron acompañadas con intérpretes de lengua de signos para que pudieran acudir personas con discapacidad auditiva, como lo fueron tanto Henrietta Leavitt, como Annie Cannon, otra astrónoma de Harvard personaje de la obra. Un proyecto transversal que subrayaba un compromiso con la divulgación científica, la igualdad de género y la integración de la discapacidad.
6.En «Memorias de una Hetaira», exploras la relación entre la ciencia y la literatura. ¿Cómo crees que estas dos disciplinas se complementan o se contraponen en la sociedad actual?
Suelo citar a Charles P. Snow, físico y novelista a la vez, quien en 1959 publicó un libro titulado Las dos culturas, expresión con la que se establecía una clara distinción entre los intelectuales de letras y los de ciencias. Mantenía que el auge de la ciencia y la tecnología estaba dividiendo a la sociedad en dos grandes bandos: los que comprendían los adelantos científicos y los que permanecían al margen. El fenómeno de las dos culturas se sigue invocando en la actualidad para explicar algunos desastres. La situación deviene en conflicto a la hora de establecer un dominio social sobre la actividad científica, cuyo desarrollo ha sido espectacular en los últimos años. Y debemos ser conscientes de la necesidad de acercar estos ámbitos. Tanto la ciencia como la literatura son manifestaciones de la creatividad humana y ambas materias deberían dialogar más, al igual que no podemos ignorar el impacto de la tecnología en nuestra vida cotidiana. Por eso hay ciencia y astronomía en mi novela.
7.¿Cómo percibes el papel de la mujer en la literatura contemporánea y qué crees que podemos hacer para promover una mayor representación y reconocimiento de las escritoras?
Como nos recuerda la filóloga y escritora española Irene Vallejo en su espléndido Infinito en un junco, el primer autor del mundo que firma un texto con su propio nombre es una mujer, la poeta y sacerdotisa Enheduanna, de Mesopotamia. Y lo hizo 1.500 años antes que Homero, presuponiendo que existiera un autor griego, o una autora griega, con ese nombre, y no los rapsodas que podrían ocultarse bajo el mismo. Además, Vallejo nos ha enseñado con sus metáforas que las mujeres han sido las tejedoras de relatos y retales porque textos y textiles siempre fueron de la mano, y por eso comparten el lenguaje: la trama del relato, el nudo del argumento, el hilo de la historia, el desenlace de la narración, devanarse los sesos, bordar un discurso, hilar fino, urdir una intriga… Sin embargo, cuando sondeamos el pasado en busca de mujeres en la literatura nos cuesta encontrarlas, no porque no existieran, sino porque la Historia no se ha preocupado de ellas. En el mundo griego destaca la poeta Safo de Lesbos, pero incluso muchos de sus poemas se perdieron al existir solo como tradición oral y sus escritos acabaron en la hoguera durante la era cristiana; se salvaron unos setecientos versos gracias a estar incluidos en antologías libres de condena, a ser citados por otros autores o a haber sido escritos en papiros que los embalsamadores egipcios utilizaron para envolver las momias, alguno de los cuales apareció en la década de los ochenta del siglo XX. Afortunadamente, el panorama actual es muy distinto. Se van rescatando nombres femeninos que permanecían en el olvido y hoy hay muchas mujeres que escriben y que, además, lo hacen muy bien en distintos géneros literarios. Sus nombres empiezan a sonar tanto como los de consagrados autores del otro sexo. Ya era hora y, por eso, hay que leer sus magníficas obras. Creo que la literatura firmada por mujeres es una contribución necesaria para un mundo mejor.
8.En «Memorias de una Hetaira», abordas la relación entre la prostitución y su presencia en el ámbito académico. ¿Cuál es tu opinión sobre este tema y cómo esperas que tu novela incite reflexión y debate al respecto?
Al abordar la presencia de las mujeres en los symposia griegos, me propuse, como uno de los personajes de mi novela, estudiar y entender la prostitución de lujo en la historia de la humanidad. La hipótesis inicial partía de considerar la situación de las hetairas griegas, mujeres liberadas, como la ideal en la época. Pero también quise extrapolarla a los tiempos modernos y analizar la prostitución ejercida con libertad y por placer o ambición, como posiblemente se diera en entornos universitarios, y no tanto por necesidad. Reconozco que documentar esta parte me ha costado un poco. No hay mucha bibliografía al respecto… Lo que sí he comprobado es que, sobre el tema de la prostitución, los colectivos feministas mantienen posturas encontradas. El debate se polariza: por un lado, se defiende que la prostitución es en cualquier caso una forma de violencia contra las mujeres y refuerza posiciones masculinas dominantes, mientras que por otro se piensa que la demonización de la prostitución es un instrumento sexista de control social de las mujeres, a las que se niega el libre albedrío, fortaleciendo estereotipos y modelos patriarcales, tan del gusto cristiano. El “estigma de puta” pesa sobre cualquier mujer que transgreda las asignaciones de género porque sus libertades —la autonomía sexual, la movilidad geográfica, la iniciativa económica y la asunción de riesgos físicos— serían incompatibles con la supuesta feminidad legítima. Y también se preguntan hasta qué punto estamos legitimados para ejercer una tutela legal sobre la moral de personas adultas. No es tan fácil tener una postura clara al respecto, como yo pensaba antes de escribir esta novela.
9.Tu novela presenta personajes femeninos complejos y multifacéticos. ¿Cómo desarrollas tus personajes y qué aspectos consideras más importantes al retratar la experiencia femenina en la ficción?
En obras anteriores, ya me había enfrentado a personajes femeninos, siempre complejos. En mi novela El finlandés errante, editada también por Círculo Rojo, si bien narraba “la vida ilícita” de un artista finlandés llamado Jan Salakari, casado con una mujer canaria de Tenerife en los años cincuenta del siglo pasado, realmente intentaba emocionar con una historia de superación de adversidades en pueblos hiperbóreos y, sobre todo, rendir un tributo a las mujeres resilientes. En esa novela, además, los personajes eran personas reales, lo que no siempre facilita la labor. En Memorias de una hetaira, sin embargo, los personajes principales son imaginarios -dos tríos, uno por cada trama compuesto de dos mujeres y un hombre, y un detalle, los personajes masculinos son astrónomos-, pero eso no significa que obviamente no haya combinado ficción absoluta con algunos aspectos autobiográficos o de realidades que conozco. También aparecen nombrados o con papel secundario numerosos personajes reales. En cualquier caso, ninguno idealizado. Todos aparecen con sus defectos y sus virtudes.
10.¿Qué otros aspectos destacarías de esta novela, en cierto modo “experimental”? ¿Con qué elementos has querido enriquecerla?
Mi novela es, en efecto, una obra experimental y compleja, intensa en contenidos. En ella hay mucha documentación, muchas reflexiones filosóficas y numerosos relatos mitológicos. Todo ello acompañado de referencias musicales, literarias, artísticas y cinematográficas. Me gusta pensar que, como otras obras mías, provoca fantásticas sinestesias, donde se intercambian los sentidos: oír colores, ver sonidos, saborear palabras… Sucede con las bandas sonoras de películas. Por eso, este relato tiene la suya propia. Y me gustaría que, cuando mis potenciales lectores leyeran el libro, también escucharan la música a la que hago referencia, vieran las películas que aparecen o buscaran las manifestaciones artísticas que describo.
11.¿Qué proyectos literarios o de divulgación científica tienes planeados para el futuro y qué temas te gustaría explorar en tus próximas obras?
Tengo ya terminado un volumen de relatos cortos sobre imágenes creadas con Inteligencia Artificial, que espero se publique en breve, y trabajo en una nueva antología poética sobre obras de arte, continuación de las dos anteriores: “Azul ultramar” y “Soles amarillos”, de Ediciones El Drago. También preparo, entre otros proyectos, una colección de cuentos sobre la ansiedad. Y me gustaría hacer una adaptación teatral de una novela de Irène Némirovsky. En fin, sigo explorando los distintos géneros literarios, ya sea novela, relato, microrrelato, poesía o teatro, porque todos me gustan, aunque creo que siempre seré más periodista que escritora.